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Basura electrónica; miremos a otro lado

La fugacidad tecnológica tiene su precio

Por Silvia Llano

Teléfonos con más prestaciones, nuevas versiones de dispositivos móviles, televisiones aún más planas y bonitas... La fugacidad de las nuevas tecnologías es pasmosa. La vertiginosa carrera impuesta a la sociedad por tener lo más moderno está generada por las propias empresas, que hacen que, de pronto, ese novedoso aparato que adquirimos hace unos meses se haya quedado obsoleto porque ya han sacado al mercado uno muchísimo mejor.

¿Tienes un ordenador de más de dos años?, ¿eres del Pleistoceno? Renovar la tecnología, aunque ésta siga funcionando, se ha convertido en una necesidad para muchos individuos; millones más bien.

Pero estar a la última en aparatos tecnológicos tiene su precio, y no sólo económico. Los dispositivos que desechamos se convierten en la llamada 'basura tecnológica', que tiene un grave impacto para el medio ambiente y la salud, ya que entre sus componentes existen elementos tan tóxicos como mercurio, plomo y cadmio.

La ONU calcula que se producen al año cerca de 50 millones de toneladas de esta clase de residuos. Pero, qué casualidad, que precisamente aquellas regiones que más cantidad generan no son quienes lo acumulan. Una vez más, los países en desarrollo o subdesarrollados sirven de estercolero al primer mundo. Allí es donde se quema el material a cielo abierto, se contaminan tierras, agua y trabajadores, muchos de ellos niños.

Europa, EEUU, Canadá y Japón disponen de grandes vertederos fuera de sus fronteras para perder de vista su basura electrónica. China y la India han sido hasta ahora los receptores del 70% de estos desechos, pero en los últimos años existen nuevos e importantes vertederos en África, concretamente en Ghana y Nigeria, como lo confirma el informe de Greenpeace "Envenenando la pobreza".

Consumamos alegremente; son ellos quienes limpian.