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La basura electrónica suele acabar en vertederos de África o Asia.

¿Qué hacemos con la basura electrónica?

Producimos hasta 40 millones de toneladas al año

El imparable ritmo de producción tecnológica hace no sólo que podamos disfrutar de aparatos con cada vez más funcionalidades, sino que también incrementemos la cantidad de desechos electrónicos que producimos, hasta llegar a los aproximadamente 40 millones de toneladas anuales.

Esta es una cifra que aumenta día a día a la misma velocidad que cambiamos de teléfono móvil, ya sea atraídos por nuevas versiones, por cambios en el diseño o simplemente porque, en algunas ocasiones, puede ser más caro repararlo que comprarse otro.

Estos desechos electrónicos, también conocidos popularmente como e-scrap, contienen numerosos componentes tóxicos y no biodegradables, como plomo, cadmio, berilio, PVC o mercurio. Una gran parte de ellos suele acabar en países africanos o asiáticos donde trabajadores sin cualificar separan las partes reutilizables del resto del aparato sin ningún tipo de protección, como por ejemplo recoge esta información de la Agencia Europea del Medio Ambiente.

Otros terminan en la basura convencional, y desde allí viajan a vertederos donde los componentes tóxicos acaban por filtrarse en el suelo provocando su contaminación o, si son incinerados, liberando numerosas partículas cargadas, por ejemplo, de metales pesados.

Ante este escenario lleno de amenazas tanto para el medio ambiente como para la salud de millones de personas, las empresas gestoras de residuos, las instituciones que promueven el cuidado al medio ambiente y la industria tecnológica se han planteado una serie de retos.

Entre ellos, está apelar a la responsabilidad de los fabricantes para que sustituyan los componentes tóxicos por otros menos agresivos, además de intentar impulsar iniciativas para recolectar y reciclar ellos mismos los aparatos que los consumidores desechen en vez de enviarlos a países en vías de desarrollo.

Por otro, que las instituciones desarrollen un etiquetado ecológico de los aparatos electrónicos y que los consumidores opten por hábitos más sostenibles como el reciclaje tecnológico o una moderación del consumo.