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Agotado

¿Por qué estoy agotado si tengo solo 30 años?

¿Es esto la felicidad? ¿Una concatenación de acontecimientos emocionantes entre un despertar lento y un acostarse baldado? Estoy superorgulloso de mi vida: tengo muchos amigos con los que me río cantidad, hablo varios idiomas a lo largo del día, tengo una cultura aceptable, un trabajo que me da de comer y es entretenido, alguna colaboración que quizá se acerca más a lo que yo soñé de mí mismo y me mata el gusanillo, una vida sexual activa en un matrimonio maravilloso, estoy en forma y aún me queda tiempo y dinero para hacerme un par de viajes al año. Pero tras esa sonrisa satisfecha se esconde el terror que me produce pensar que si esta va a ser mi vida los próximos 30 años me tiro por el puente ahora mismo, porque yo no puedo más. Esta felicidad me está dejando deslomado. Es como qué bonita es Roma pero, ¿quién mantiene todo este patrimonio?

Y pienso que a mi edad mis padres tenían cuatro churumbeles que daban bastante la lata y yo nunca percibí en ellos señales de ese agotamiento tan de nuestra época. Así que, antes de asumir que somos unos flojos, voy a intentar ver cuáles son las diferencias entre ellos y nosotros.

Por empezar con algo: ¿Cuándo fue la última vez que tus vacaciones fueron irte a una playa de Tarragona y no hacer nada durante diez días? Primera diferencia: para mí ahora las vacaciones son tomar un vuelo de varias horas, llegar a un país de condiciones extremas o lengua distinta, o pateos interminables y así desconectar la cabeza. Pero, ¿cuándo desconecto el cuerpo? Vuelvo el día antes de la reincorporación a las 12 de la noche y con jet lag y entro ya arrastrándome a la oficina tras mi supuesto descanso.

Segundo punto: ¿Cuántos amigos tenían tus padres? Más bien pocos. ¿A cuántos cumpleaños de amigos viste que fueran tus padres entre los 30 y los 40? La amistad pasó a un segundo plano a los 25 y bienvenidos fueran los reencuentros puntuales, pero sin fliparse. Mi padre y mi madre hablaban mucho entre ellos, eso sí, y mucho conmigo y mis hermanos, desde luego. Mi padre tenía la curva de la felicidad, pero ahora hemos pasado al six-pack de la felicidad. Ahí nos han dado el cambiazo a traición. Y quizá lo más importante: "¿Hola, puedo hablar con el señor Sancho Senior?". "No, ha salido. Volverá en tres horas aproximadamente". Y hasta las tres horas no se comunicaba y no se caía el mundo, como nunca vi a nadie llamar a casa a molestarlo por razones laborales. Quizá ahora estemos cansados de estar siempre "con los nervios del directo" de la exposición y localización permanente.

En casa comíamos muy bien, pero sin las florituras que ahora nos obligamos a saber hacer. Unas acelgas, un filete a la plancha y un pescado al horno. Ni emulsiones, ni reducciones, ni marinados. Todo de batalla y bien digno. Más sano, además, y el restaurante para las fiestas de guardar, y a veces ni eso.

Tampoco vi a mis padres muy preocupados por estar a la última en nada. Asumieron bien pronto que su música sería para siempre Mocedades y Paco Ibáñez y que sus películas favoritas eran las que grabaron aquella vez en vídeo. Si alguna les apetecía especialmente, íbamos al cine, pero si había que esperar a que la estrenaran en la tele cinco años después, no se acababa el mundo. Ahora, en cambio, hay algo de competición excluyente en cada simple conversación sobre si leíste esto, sobre si te has enterado de la serie que está triunfando en el canal de pago finlandés o si estuviste en el concierto irrepetible del otro día, porque no vi que pusieras nada en Instagram. Estoy un poco hasta las pelotas de esto especialmente.

Así las cosas, empiezo a entender que mis energías se me van en cosas bastante poco importantes. Y que no es que seamos flojos. Es que somos un poquito gilipollas.

Fuente: http://www.revistagq.com